lunes, 13 de noviembre de 2017

Viniste a robar las estrellas.

Vino el calor, y junto al sol y la arena en la brisa llegaste tú, como por arte de magia, con tu mirada fija en el suelo sin escuchar nada más.
Te vi aparecer, pero no quería que me vieses mirándote, así que bajé la mirada y aparenté no poner la oreja a tus pasos sordos de la noche.
Al principio todo era lento en tardes en las que el sol se despedía demasiado rápido y salían las estrellas a jugar sobre inmensos bosques llenos de esperanzas y risas.
Más tarde, sin quererlo, ya habías venido para quedarte, pero según pasaban las horas y los días descubría que yo ni si quiera había llegado, no era, no iba a ser.
Algunos se suicidan, otros se mueren sin más, dejan de ser, pero yo me limité a dejar escapar cascadas de lágrimas sobre la sonrisa que me había creado.
Eché una ojeada, tú seguías mirando hacia el suelo, y entonces me di cuenta de que yo estaba haciendo lo mismo.

Las noches pasaron, los días fueron más cortos y las noches más violentas, me golpeaban por dentro, pero lo único que sentía por fuera eran tus manos tocando cada parte de mi piel.
A veces creía ver la luz al final del camino por el que andaba para seguir tu camino, pero solo eran luciérnagas creyendo jugar con los astros del cielo.
En toda mi vida aquella fue la primera y la última vez que vi luciérnagas, casi las tenía en las manos, apenas las acariciaba, pero no pude seguir adelante.
Para mí era como intentar tocar las nubes, como capturar una estrella fugaz, imposible, incapaz, inmoral.

Una noche apareciste, no sé si eran ambos celos que se pegan sin más, o quizás fue un sueño mío del que aún me cuesta despertar.
Traías comida, una película, tu cara, tu cuerpo, tu olor, tus recuerdos... y solo estos últimos se quedaron a vivir junto a mí.
Qué diferente es el presente del pasado, ¿no? Las caricias se convirtieron en toques fortuitos, los abrazos en saludos y despedidas, y las sonrisas en chistes malos.
Pero, antes de que todo esto nos pasara nos quedaba aún una última noche de tregua, de parar con mi batalla interior, de almacenar tu esencia en mi nariz y pupilas.

Un tiempo después estaba intentando conversar con las estrellas, intentaban guiarme por mi mente, pero solo el miedo apareció.
Te llamé, y apareciste contra todo pronóstico. Aquella iba a ser nuestra última noche, nuestra última media hora, y lo sabía.
Tú siempre ibas delante mía, pero aquella noche me adelanté yo. Ya no bailábamos la misma melodía, tal vez nunca lo hicimos.
Te dije adiós, mis lágrimas me dijeron adiós, tú me dijiste adiós...
Te fuiste con el calor, con el sol, y casualmente, con las estrellas también.